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26 nov 2020
Fuente: Sociedad Pública Ihobe | Otros
En el siglo XVI, Leonardo Da Vinci aseguró que se sabía más sobre el movimiento de los cuerpos celestes que sobre el suelo bajo los pies. En el siglo XXI y a pesar del tiempo transcurrido desde esta afirmación, la importancia del suelo como recurso natural todavía sigue siendo una materia desconocida para gran parte de la sociedad.
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Esta es, al menos, una de las conclusiones que se pueden extraer de la encuesta Attitudes of European citizens towards the Environment publicada en marzo de 2020. Así y ante la pregunta de cuáles eran los principales problemas ambientales, solo el 30 % de las personas consideraron la degradación del suelo como una cuestión relevante. En el caso de Euskadi y atendiendo a los resultados del Ecobarómetro Social de 2001, un 35 % de las personas encuestadas en el Ecobarómetro Social de 2001 se mostraron como “muy preocupadas” por la contaminación del suelo. Estos resultados hacen pensar que la percepción del suelo como mero soporte para las actividades humanas aún está muy arraigada. Sin embargo, su concurso en la sostenibilidad de los ecosistemas es fundamental. Y con ello, el papel que está llamado a desempeñar en la definición de un planeta más sostenible.
Los suelos no resultan tan espectaculares como la transformación que experimenta un bosque a lo largo de las estaciones. Su pérdida no genera, quizás, la misma angustia que la carencia de otros recursos como el agua. No obstante, su concurso es esencial para el mantenimiento de la vida sobre la Tierra.
El suelo como recurso natural es algo más que una superficie sobre la que caminar o erigir ciudades
Su principal función está relacionada con los servicios ecosistémicos o ambientales que presta. Es decir, los beneficios que una sociedad obtiene por el correcto funcionamiento de los mecanismos naturales (oxígeno, agua, etc.).
La pérdida del suelo, en general, puede desencadenarse por:
En el caso de Euskadi, algunos de los principales problemas son:
El suelo ha sido considerado durante siglos un mero receptor de residuos y vertidos. Esta desidia, junto con el desconocimiento del papel que desempeña en los ecosistemas, ha comprometido en ocasiones su capacidad para proporcionar alimento, agua o cobijo. El futuro inmediato, marcado por una creciente población mundial sometida al estrés que generará el cambio climático, obliga a abordar múltiples desafíos para los que se hace necesario prestar al suelo la atención que merece. Será imprescindible, por tanto, continuar profundizando en el conocimiento del suelo como recurso natural. La investigación y las inversiones también deberán seguir ocupando un lugar preferente para desarrollar técnicas y procedimientos que permitan recuperar zonas degradadas y generar nuevas oportunidades de negocio. Igualmente, será prioritario continuar aprobando marcos legislativos y programas que prevengan su deterioro. Y por último, pero no menos importante, reforzar la concienciación de la sociedad y los agentes socioeconómicos en la necesidad de proteger el suelo. El Dr. Charles E. Kellogg, jefe del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), afirmó que «esencialmente, toda la vida depende del suelo. No puede haber vida sin suelo y no hay suelo sin vida; han evolucionado juntos». Y garantizar que esta evolución se desarrolla dentro de los cauces de la conservación y la sostenibilidad permitirá que las generaciones futuras también satisfagan sus necesidades.
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